Desde hace un tiempo hacia esta parte, los otoños/inviernos dejaron de transmitirme aquella catártica paz para darle paso a una apabullante angustia. No sé ni como ni cuando pasó. Supongo que como todo veinteañero que convive en un desesperanzador presente, en uno en el que predomina la explosión y la desolación, fue mi forma de llevar al extremo sintomático la ansiedad. Los inviernos frios y grises angustian, los veranos llenos de vida apaciguan. Sea como sea, uno tiene que vérselas de frente ante toda estas cuestiones porque no queda otra. Y aquí es donde se hace presente, como siempre, el arte. Aquellas obras que hacen ameno el solsticio de invierno, aquellas que un poco abrazan cálidamente el turbulento momento. Esto no quiere decir que se trate precisamente de obras que nos saquen por un momento del lugar en el que estamos como tal. Sino, más bien, son obras que ayudan a comprender un poco más la situación, por una razón u otra. Por eso, aquí va mi lista con algunas obras que durante este último mes y poco más me pusieron de frente al espejo, y otras, sí, me sacaron por un rato del lugar en el que estaba para llevarme, por lo menos un rato, a mi infancia más tierna y conectarme con aquello que uno cree perdido pero que sin embargo ahí está, en algún lugar. Otro invierno más. Here we go... again.
Uno de los grandes descubrimientos que tuve en mi año. Traducido como "Etazhi", lo cual significa "Pisos", es un álbum del año 2018 perteneciente a una banda autóctona de Bielorrusia. Estamos hablando de Molchat Doma. Violento y visceral dentro de la lógica que impone el propio disco, "Etazhi" nos lleva por un mundo de oscuridades como parte de la propia naturaleza del ser humano. Adicciones, desamores, ansiedades, soledades y muerte. Todo desde un aura construida en la propia narrativa tanto sonora como lírica de dicho album. Se pueden sentir el gris, el olor a cigarro y alcohol. Se pueden vislumbrar las fiestas eternamente apabullantes, calles con tenues luces que iluminan, la noche fría y los árboles deshojados. La banda nos lleva poco a poco como si se tratase de un descenso al más puro estilo dantesco. Vamos a ahondar por pisos colmados de oscuridades inherentes al ser humano. Y todo esto acompañado de un espectacular sonido new-wave increíblemente atrapante, recordando a bandas como Joy Division u otras grandes de los 70's y 80's.
Una coming-of-age que logra destacarse por sobre el resto debido a que vaga por distintos géneros y los sortea de gran manera. La sinopsis es simple: corre el primer verano de los 90's y un jóven es obligado a pasar el verano en un pueblo costero, ahí conocerá al dealer del pueblito y se unirán. En el transcurso una tormenta se irá gestando poco a poco. Tormenta hija de una violencia creada para aquellos que no tienen lugar en este mundo, la cual recaerá sobre estos y traerá consigo no más que una desoladora destrucción. Pero antes de que todo explote, veremos a nuestros protagonistas enamorarse y arreglárselas en un mundo que los desampara. Todo guiado por una acertadísima dirección, una fotografía increíble a cargo del argentino Javier Juliá (Relatos Salvajes, Misántropo, Argentina 1985) y una banda sonora que se amalgama con el montaje de manera impecable para brindarnos escenas con una estética narrativa de lo más llamativa. Y ya que estamos, cumple con el factor nostalgia de manera perfecta. Ni abusa ni se queda a mitad de camino, el balance es perfectamente reconfortante.
Lo que parece ser en principio un viaje por una turbulento desamor (Appointments), pronto se convertirá en toda una odisea guiada por la constante lucha con uno mismo y la salud mental que está brillando en su ausencia. Y es que Julien Baker nos narra a la perfección lo que es un viaje por los demonios que predominan cuando se sufre de ansiedad/depresión. Cuando uno no encuentra salida, cuando todo parece ser el fin del mundo y el único lugar en el que se encuentra uno consigo mismo es en la desesperanza y la violencia ejercida para con uno. Pero ojo, esto no se trata solamente de oscuridades. Ya que la autora mediante una prosa guiada por una sinceridad apabullante y sonidos que en su "simplicidad" yace un profundo intimismo que se ve refutado por su increíble voz, lo que nos está narrando no es más que su proceso a través de. Y si hablamos de un "a través", estamos hablando de llegar a algún lugar. Y es que en este caso y con una envidiable resiliencia, Baker cierra el álbum con la canción "Claws in Your Back" y con una línea cantada con una fuerza que lo dice absolutamente todo. "I think I can love the sickness you made. 'Cause I take it all back, I change my mind. I wanted to stay. I wanted to stay". Quizás, tan solo quizás el bienestar algún día realmente llegue, pero al menos, algo se descubrió en la dura travesía. Vuelvo hacia atrás, cambio de pensar: en realidad me quiero quedar. Realmente vale la pena, aunque sea, intentar.
En el 2003,
Gus Van Sant dirigía "
Elephant". Allí narraría de forma adaptada los sucesos de la masacre de Columbine desde la perspectiva de las víctimas. Es una gran película que a mi parecer sirve de antesala a "
Paranoid Park". La diferencia yace en que en ésta última los papeles se invierten (no somos una víctima, ¿o sí?) y se encuentran pulidos varios aspectos tanto a nivel narrativo como a nivel de dirección/montaje. En este caso seguiremos a un jóven skater que vive una vida que parece no disfrutar. Un día lo interrogarán por el posible homicidio de un guardia de seguridad cerca del Paranoid Park, un lugar al que concurren aquellos jóvenes recluidos por A o por B que encuentran en el skate un descargo, aquí se puede percibir un aura de desesperanza colmada por una palpable furia que está latente. No terminamos de entender qué, pero algo no está del todo bien. La dirección de Van Sant es implacable. Utiliza distintos recursos para llevarnos de a poco por un plano onírico donde todo parece un sueño (pesadilla más bien) y por otros momentos... la vida real. Y ahí yace el verdadero horror. En la paranoía de lo cierto. Y la película es tan pero tan inmersiva que uno carga con el peso de su propio protagonista. Todo acompañado de las increíbles imagenes que vamos viendo. De esas películas que quedan en la retina durante días. Gus Van Sant debe ser uno de los que mejor sabe retratar la cultura de la desolación en los jóvenes.
Dreamworks supo maravillarnos con películas que no hace falta ni nombrar. En este caso, vuelve a la fórmula que tanto éxito les dio: la reversión de varios cuentos clásicos. Además, mete un volantazo en cuanto a la animación y se acerca más a lo que son películas como
Into The Spider-Verse. Ahora bien, ¿por qué una película infantil está en la lista? Simplemente por el mero hecho de que el director logra algo indiscutible: es una película tanto para adultos como para niños, recordando aquél viejo Pixar. Cuando con películas como
Toy Story nos emocionaban hasta lo más profundo. En este caso, veremos a nuestro felino protagonista luchar contra algo incontrastable... el paso del tiempo. Aquí percibiremos como el mismo hizo estragos en la vida del personaje interpretado por Antonio Banderas, quien será perseguido por un antagonista tenebroso para cualquiera. Un antagonista que está ahí, en todos lados y a cada paso que damos. Pero además, no faltan los chistes doble sentido y tampoco está ausente la sensación más infantil de todas: la de aventura. Y aquí es donde uno logra conectar con aquello que supo ser y tocar fibras sensibles que no dejan mas remedio que abrazar (aunque sea por un rato) lo que supimos ser. Y eso es incomparable. Y por otro lado uno comprende que al final del día... somos los que hacemos en el camino.
Por alguna razón es uno de los discos "menos recordados" de Lana del Rey. Era la primera vez que la artista reconocida por ser una "sad girl" metía un volantazo así en su carrera. En 2017 dejó de lado la imagen que había construido para ahora, como nunca antes, sonreír en una portada de álbum. Y como si esto no fuese poco... ahora el título exclamaba ni más ni menos que tenía hambre de vida. Tenía codicia y lujuría por vivir. Distante había quedado aquella mujer que "nació para morir" y se sentía tan sola los viernes por la noche. Sin embargo, no faltan aquellas facetas dentro del propio álbum que como un vestigio recuerdan a aquellas remotas épocas donde la tristeza y la libido predominaban. Sin embargo, el enfoque es diferente y el mensaje es claro: la felicidad puede ser una realidad. El mundo sigue girando, somos nosotros los que debemos seguir bailando. Dicho esto, otra de las razones por las cuales el álbum se encuentra acá es porque me acompañó durante casi siete años de mi vida. Todo cambió. Vos. Yo. La gente. El mundo. El tiempo. Todo y todos. Pero algo siguió siempre igual, y es que Lust for Life siempre estuvo en los peores y mejores momentos, haciendo recordar que hay que tener un poco más de hambre de vida y que no todo está perdido. Y ahí sigue, esperando a que alguien desembarque en él. Es una joya invaluable para mí y algo me dice que en este frío invierno no dejará de sonar al son de un taciturno danzar.
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